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lunes, 5 de diciembre de 2011

Recuerdos de "La Tinaja"

El Terry, que ha tenido boda ayer en Sevilla, se planta en casa sobre las once o así. Entre que echamos gasolina y nos tomamos un pedazo de tostada de jamón con tomate en “El Mesón la Cueva” llegamos a La Tinaja pasado el medio día.
         Paco llega de dar un paseo a caballo y nos dice por donde deberían andar por esta hora las patirrojas.
        Cogemos el morral, echamos los cartuchos a las bolsas y soltamos a los perros, Boga –mi drahthaar que aun está aprendiendo- y Tomy -el labrador de Jose que funciona bastante bien- para que empiecen a trastear. A ver si la perra con el Tomy se entera un poco de qué va esto y rompe el celo ya en serio. Me han comentado más de una vez que a estos perros hay que esperarlos un par de años para que funcionasen bien. Boga ya tiene un año y cuatro meses, vamos a ver como se porta hoy.

        Nada más empezar a andar se arrancan los primeros zorzales que veo este año -aunque tienen echada la veda todavía- y alguna perdiz que se echa en el cerrete de enfrente. El sol pega de justicia, los cuatro estamos asfixiados y todavía no hemos pegado ni un tiro. La perra toca unos calientes y se empieza a poner como una moto. Por aquí andan    –pienso-. Escucho cantar una muy cerca, tras unos arbolillos. La perra las ha debido de ver porque corre directo hacia allí. ¡Las va a levantar! Corro aprisa para ganar unos metros. Efectivamente, no tardan en levantarse. Son muchas, el bando tiene más de veinte. Me encaro, no me decido a cual y suelto un poco a huevo los dos tiros. Del primero ha caído una y del segundo nada. Dejo que la perra la cobre y la meto en el zurrón. Bueno, ya no nos vamos de vacío.
        Seguimos andando para adelante, me ha parecido que algunas del bando se han echado no muy lejos. A la siguiente asomada se arrancan de nuevo, muy largas para tirarlas pero Jose le suelta a la última los dos tiros. De repente, la perra aparece con una perdiz en la boca, la acaba de coger del rastrojo. Me quedo gratamente sorprendido al ver que era una de las que se ha arrancado la primera vez y que se habrá llevado un par de plomos. Hoy ya se ha ganado el pienso. – Vaya con el regalito que me acaba de hacer-. Parece que ella lo sabe porque está más contenta que de costumbre.

        ¡Bueno! Pues máxima rentabilidad, dos tiros, dos perdices. Si te descuidas hasta las he matado a las dos del mismo tiro.
        El siguiente envite lo damos en el gargantón de siempre. El Terry se pasa al lado de abajo. A ver si puede tirar alguna que yo ya llevo dos. Canuto arriba se arrancan unas cuantas. Fallo tras fallo van saliendo perdices, y es que salen larguitas y hay que matarlas. A mí no me quiere salir ninguna a tiro. Llegando al final en una asomadita se arrancan dos, pum pum. La primera la echo abajo y la segunda parece que cae pero aguanta y planea hasta llegar al monte, nada, que son más duras que la puñeta. De hecho tengo que rematar a la primera con otros dos tiros a peón.
        Jose está ya listo, se ha hecho con un conejo pero me dice que por él ya ha tenido bastante –no es de extrañar con el solazo en la coronilla no se puede ni con la escopeta- pero yo estoy con ganas de intentar bajar alguna más. De manera que le convenzo para que demos una última mano al filo del monte; el por el llano y yo por lo apretado.
        Ya casi llegando a la casa le pego un grito a Jose para que subiera al monte porque todas las perdices las llevo delante. Me dice que no puede ni con su alma, que está reventado. Así que decido asomarme yo solo a ver si rebaño la última…
        ¿Última? En un momento empiezan a salir perdices de cada mata, ¡y todas a tiro de piedra! ¡Pum! ¡una! Cargo rápido. ¡Pum pum! ¡doblete! La segunda alicortada. Meto otros dos cartuchos, me acerco al sitio de donde han salido todas. Cobro la primera y mientras la meto en el zurrón otra sale de mis pies ¡pum pum! ¡del segundo! El cañón me quema en las manos. Empiezo a cobrar, ¡no encuentro ni una! ¿Cómo puede ser esto? ¡Si todas deben estar en diez metros cuadrados! Llamo a Jose a gritos para que traiga a Tomy pero no contesta. Boga está a la sombra jadeando que no puede más, la ánimo para que me ayude y después de quince o veinte minutos la perra coge una a la carrera -no me puedo creer que de cuatro perdices ¡solo vaya a cobrar dos! ¡Con lo que cuesta matarlas!-. Una cosa está clara, o las "entacas" o no las cobras, ¡qué barbaridad! Entre cabreos y maldiciones ando los cien metros que me quedan para llegar a la linde. Delante de mí –casi a tiro- las veo pasando el alambrado a peón, hay cinco o seis. Corro entre los lentiscos para acortar la distancia. Se arrancan y la despistada del grupo que tarda más de la cuenta se lleva el premio ¡pum! Esta sí, la he hecho un trapo. Me aseguro de cobrarla aprisa. Es un macho viejo, ¡cualquiera lo hubiese dicho!
        Con cinco perdices en el morral doy por concluida la mañana y me dirijo ya hacia la casa. Una última patirroja se me arranca -dándome la oportunidad de conseguir la media docena- y aunque le pego los dos tiros, tengo que correr para ver dónde cae. Al llegar al sitio (corriendo) la perdiz está seca y eso que parecía que venía vivilla…las perdices de la sierra no dejan de sorprenderme.
        Al llegar Mari nos ha preparado una comilona de escándalo. Nos dice que cuando escuchaba los tiros cruzaba los dedos para que hubiésemos fallado, Jose la tranquiliza entre risas diciendo que él ha dejado muchas para que críen el año que viene.
        Al final Jose se ha hecho con una patirroja y un conejete y yo con media docena de pájaros que bien merecen la colección de monte y pinchos que me llevo de regalo en las piernas.

Como dice Paco con mucha razón “las perdices de La Tinaja hay que sudarlas”.
A.U.L.C.

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