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domingo, 6 de octubre de 2013

UNO SABE LO QUE QUIERE...(Por N.R.G)

La esperanza es lo último que se pierde o en cuanto menos te lo esperas salta la liebre. Estos dichos son muy comunes en mí como optimista nato que soy y los utilizo muy asiduamente para auto convencerme de que aún siendo las posibilidades muy remotas, sigue habiendo posibilidades.
 
Bien, esta es una de esas veces en las que, cuando parece que “todo el pescado está vendido”, tienes un golpe de suerte. Hace varias semanas estaba planeando realizar una fiestecilla en casa con motivo de mi cumpleaños. Me encontraba haciendo la lista de invitados y las cosas que había que comprar cuando sonó el móvil. Mi padre (a dos semanas de mi cumpleaños y a punto de empezar la berrea y la ronca… esto olía a pólvora!) En efecto, ahí me dejaba la invitación para bajar a casa para intentar cazar algún venado o gamo, así que, cosas de la vida, cancelar fiesta, cancelar listas y coger billete.
Resulta verdaderamente sorprendente la facilidad a la hora de tomar decisiones cuando uno sabe lo que realmente quiere.

En fin, allí me planto un viernes 20 de septiembre por la noche con la intención de cazar el sábado entero y el domingo por la mañana. Por lo visto, la berrea comenzaba a ser buena y ya se oían algunos gamos roncar, las expectativas no podían ser mejores, no obstante, al mirar el parte meteorológico para el fin de semana tuve que bajarme de la nube al ver que pronosticaban viento de levante entre 18 y 25 nudos con unas temperaturas de unos 27ºC, ole, ole y ole, ahora sí que sí, me vuelvo bolo para Madrid.

El sábado entero resultó tal y como rezaban las predicciones, nefastas para avistar posibles piezas, mucho viento acompañado de calor por lo que únicamente pudimos avistar hembras y algún gamo al que por su juventud no podíamos darle el pasaporte. Por la noche, consciente de que al día siguiente las condiciones meteorológicas iban a ser igual o peores, barajé la posibilidad de renunciar a cazar y aprovechar la mañana en otra de mis pasiones, la pesca submarina, pero al final el campo le pudo al mar así que le dije a mi padre que el día siguiente íbamos al campo y me propuso que está vez fuésemos por una zona más frondosa en la que el levante no se notaría tanto por lo que las posibilidades de avistar algo no se antojaban tan remotas.

Decidido el plan y tras una suculenta cena, cortesía de mi madre, unos regalos para celebrar el cumple y un cumpleaños feliz cantado como Dios manda, nos fuimos a descansar ya que en pocas horas había que estar en pié. Domingo 22 de septiembre, suena el despertador, salto de la cama y abro la ventana para ver si había amainado el levante (al menos en el Puerto) en ese momento vuelan todos los papeles de mi mesa, mal asunto; en fin, no vamos a desesperar antes de tiempo ya que quedan varias horas por delante y hay posibilidades de que el viento se calme ya sea por mis plegarias o por ciencia infusa (hay que agarrarse a un clavo ardiendo).

Llegamos al campo y el tiempo no había mejorado, esta vez mi padre me acompañaba ya que esa zona se la conocía bastante mejor que yo. Al entrar en el monte apreciamos que el sonido y la fuerza del viento mermaban considerablemente. A los quince minutos de empezar a caminar levantamos dos gamas a apenas diez metros, lo que nos dio renovadas esperanzas ya que por el mismo precio podría haber sido un macho.

Avanzábamos con sumo cuidado y muy despacio debido a que el campo estaba muy seco y la hojarasca hacía demasiado ruido. Al llegar a un pequeño alto en el que se abrían varios claros entre un sinfín de alcornoques, escuchamos unos golpes que se asemejaban a los de una cuerna contra algún arbusto o encina, acto seguido dirigí la mirada a mi padre ya que muchas veces ves y oyes cosas que al final no resultan más que un pequeño mirlo buscando comida entre la hojarasca. Esta vez al ver la cara de mi padre me di cuenta de que mis suposiciones eran ciertas. Comenzamos la entrada al animal, avanzamos lentamente para no hacer ruido. El más mínimo chasquido podía dar al traste nuestra única oportunidad de la mañana. Transcurrieron unos quince interminables minutos avanzando entre la maleza hasta que, de repente, mi padre me hizo una señal, me eché el rifle a la cara y divisé la cuerna, un gamo! En segundos valoramos el trofeo, que no parecía “malote”. Resolvimos situarnos cerca de una pequeña encina que estaba a unos 15 metros y que nos serviría para obtener una mejor visión del terreno. Una vez allí seguíamos divisando la cuerna del gamo disipandos las pocas dudas que teníamos, era un buen ejemplar. Decidimos esperar unos minutos a ver si había suerte y en ese momento el gamo comenzó a caminar a paso tranquilo hacia un alcornoque cercano a unos 70 metros de distancia.


No me lo pensé. Encaré el Heym 300 WM y sin esperar que el animal se detuviese, disparé. El gamo ipso facto cayó sobre sus patas sin moverse; salí corriendo hacia el sitio donde yacía el gamo recién abatido que tanto se había hecho de rogar, hasta el último momento del fin de semana.

N.R.G.